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Laporta alarga la espera, mientras el Barça ve desgastarse su prestigio | Fútbol | Deportes | EL PAÍS

De la mala praxis al descontrol emocional, Joan Laporta ha llevado al Barcelona a una situación de inestabilidad económica, deportiva e institucional. Tras soportar ocho días de intensa presión para conseguir la inscripción de Dani Olmo y Pau Víctor, estalló de manera desafortunada al enterarse de la decisión del Consejo Superior de Deportes (CSD). A su efusivo corte de mangas a la entrada del estadio donde el Barça disputó la semifinal contra el Athletic, Laporta añadió patadas y puñetazos a los sillones, junto con insultos airados en un palco que contaba con la presencia de varios presidentes territoriales: “¡Sinvergüenzas!”, “¡cobardes!”, “¡hijos de puta!”.

La calma se apoderó de Laporta tras la victoria contra el Athletic. Sin embargo, la rueda de prensa que tenía prevista para explicar las licencias de los dos futbolistas fue postergada al próximo martes, una vez que el equipo haya regresado a España. “El compromiso era hacerlo ya, pero prima rebajar el ruido al minino”, argumentan desde el club azulgrana.

El verano pasado, mientras la selección española brillaba en Alemania, Laporta lanzó un mensaje esperanzador a la afición al afirmar que el Barça “podía permitirse el fichaje de Nico Williams”. Ignoró, no se sabe si voluntariamente, tanto el enfado potencial del Athletic como el impacto financiero que una operación de esta magnitud tendría en un club económicamente empobrecido. Cuando se supo que el menor de los Williams no quería abandonar Bilbao, el club filtró que su nueva apuesta era Dani Olmo. Al día siguiente, el director deportivo Deco viajó a Leipzig para cerrar el fichaje del catalán, aunque ya sabía que el área financiera había desaconsejado la operación: “No podremos inscribirlo. No tenemos fair-play”. La orden, sin embargo, llegaba desde la cúpula del Camp Nou.